Todos sentados recorren una estación interminable, concientes e indiferentes a su destino fatal. Corre el tren y pasan las horas y los días. Sin embargo en ti cabe una angustia que no te deja, que te impulsa a negar tu fin, a desafanarte de lo que te toca; y es eso, la angustia, la que te mueve a seguir, a cuidarte… pero es eso! (el miedo) lo que te lleva a hacer las cosas bien. Y ves como caen uno a uno de los que viajan contigo, ves que se rinden, que aceptan su trágico final, ¿cómo es posible?!! Tú te niegas, no quieres toparte con esa mirada que te penetrará y acabará con todo lo que eres. Pero es la desesperación, es el ansia, es el gran temor lo que te motiva a luchar por la vida. Y no son las ganas, no es la convicción de seguir aquí, no es la alegría de seguir viva. No, no!! Es sólo el miedo a enfrentarte con la muerte, es sólo la evasión de tu fatalidad. Todos se dan cuenta que luchas, que te aferras a este mundo, a este vagón, a este espacio que se va vaciando; se admiran, entonces por momentos te hacen sentir grande y segura. Pero qué de grande tiene seguir sin compañía, qué valor puede tener el egoísmo de ver por ti, sólo por ti, siempre por ti, mientras todo lo demás se acaba poco a poco. ¿Qué no te das cuenta que te vas quedando sola? Sólo con tu angustia, tu miedo, tu desesperación, tu ansia, tu temor; porque sólo es eso, no te mueve nada más.
***
Todas las noches llega por mí un tren que se atreve a rebuscar mis memorias, no sé quién lo maneja, pero me conoce tan bien, que si me topara con esa persona la amaría para toda la vida y hasta le tendría un poco de temor.
Y ya va por aquí, y da vuelta hacia allá, recorre aquel camino… Por los pequeños ventanales voy mirando cada escena de mi vida, cada imagen se ve tan real, tan al alcance, que temo sacar mi mano y modificar algo del pasado. A veces es difícil resistirse a esa tentación, hay muchos de esos paisajes que quisiera cambiar; sin embargo, así pasó, así es y aún vive en mí y todo ello lo llevo conmigo siempre, me da forma, provoca mi existencia.
Me entretiene ver jugar a mis personajes, toda esa gente que es parte de mi historia y que sólo por eso la hago mía, aquellos también que nunca quise conocer, esos con los que me hubiera gustado profundizar y los que nunca existieron, pero que yo he creado para sobre llevar la realidad absurda.
Ahora voy de regreso y lloro, suplico al tren que se demore, que haga paradas en cada estación (tal vez alguien desee abordarlo y reconquistar mi vida de nuevo). Sin embargo va tan veloz que todo se difumina; ya no visualizo claramente, sólo veo cuerpos amorfos que se distorsionan con el tiempo y el espacio… Y estoy aquí de nuevo, un poco perdida pero viva, sencilla, vulnerable, con todo el sentimiento que golpea por dentro y me sigue presionando el pecho para salir y escabullirse por ahí, para jugar con algún ser complaciente que se encuentre perdido.
Si la velocidad de este tren me permite vislumbrar el paisaje que se abre ante mi rostro, si logro esquivar el humo que esta locomotora despide y que intenta volver a mi alma con intenciones de nublarla, si logro que mis personajes (los intrusos) se abstengan de guiar mi historia y que la improvisación converja con mis más íntimos ideales y experiencias; entonces sabré mirar al cielo y dar gracias.