Por cuestiones económicas y, por qué no, un poco románticas, la mayoría de mis libros, incluso los que más quiero, fueron comprados en lo “usado”, esos puentecillos que puedes encontrar en cualquier calle, me gusta pensar que soy como una especie de heroína que los rescata del abandono. Los pobres, ahí tirados, yacen sobre un pedazo de tela, sucios, polvorientos y tristes, esperando que alguien los levante, les de una hojeada, que reviva esos años de gloria, donde alguna ves formaron parte de una biblioteca.
Yo pertenezco a la clase de personas que no juzgan un libro por la portada de éste (para quien lo dude, le puedo mostrar fotos de los hombres con los que salgo) los empastes de cuero, con letras doradas no significan nada para mí, a final de cuentas, lo que está dentro de esas tapas de cuero, es lo que importa. No quiero decir que no me gustan los libros nuevos, claro que me gustan, pero me agrada entrar, cuando me topo con ellas, a las librerías de viejo, me gusta el olor, me gusta ver pilas y pilas de libros o detenerme a inspeccionar lo que el ropavejero pesco en el día, me siento como niña en una dulcería.
Parte de la magia que estos libros encierran es que son la prueba irrefutable de la existencia de una persona, no sólo porque muestran parte de los sentimientos y formas de pensar del escritor, sino porque esos libros pertenecieron a alguien, formaron parte de su historia, marcaron su vida. Cuando abres estos trozos de doble historia, estos huérfanos, te escupen a la cara, desde la primera hoja, quiénes son y de dónde vienen.
En la primera hoja, generalmente te encuentras con la dedicatoria, es increíble cómo unas cuantas líneas pueden decirnos tanto. En el último libro que compré en la parada del camión que esta afuera del metro Balderas (muy baratos por cierto), al abrirlo me encontré, en la primera página la siguiente dedicatoria "A Michelle con todo mi afecto de José López Freeman, navidad de 1997". En otro de mis libros dice “Con todo mi amor para Laura de su mama". Algunos son más poéticos, escriben algún pensamiento o frase de alguien famoso, pero invariablemente, estas frases congelan un momento, una ocasión especial, eternizan para siempre un cumpleaños, un aniversario o un "feliz, feliz no cumpleaños”.
No dejo de imaginarme múltiples escenarios, una pareja en un café compartiendo besos y abrazos, él saca de su mochila un paquete envuelto con un moño, ella lo abre, es un libro. O una casa decorada con árbol de navidad y toda la cosa, la familia reunida, el tío José llega, dan las 12 campanadas, hora del intercambio, todos se abrazan, al tío le toca regalarle a su sobrina Michelle, los nervios, la desesperación, la duda ¿que será ese paquete que me extiende el tío José?... así me podría seguir una tarde entera conjeturando, dilucidando, ¿quién demonios era ese tal José López Freeman? ¿Quien era o es Michelle? ¿Que relación tenían? ¿Eran amantes? ¿Novios, familia? ¿Se amaban? Tal vez se odiaban y José decidió regalarle un libro mortalmente aburrido en venganza, podría ser, yo lo haría.
Me pregunto ¿cómo un objeto tan íntimo, tan personal, termina en un puesto de lo usado? un libro es un objeto con un significado propio, aun cuando todos leamos el mismo libro, nunca tendrá el mismo significado para mí que para el resto del mundo, si a esto le sumamos el hecho de que fue un obsequio de alguien que en ese momento nos quería, se convierte en algo invaluable.
Quien se atreve a regalarte un libro (claro, que no sea académico) debe conocerte muy bien. Tengo de conocer a mis tres mejores amigos 13, 7 y 6 años y no me atrevería a regalarles uno. Debes conocer a la persona, saber qué le gusta, qué lo mueve, qué lo haría vibrar de emoción, qué lo haría reflexionar, qué lo deja con la boca abierta… en fin, qué es lo que podría causarle una sensación grata.
Qué triste, pues, encontrarme con esos parias de libreros, desterrados de la biblioteca personal, deben extrañarlos o quizás ni siquiera piensen en ellos, quedaron relegados al olvido o puede ser que tanto los pensamientos del autor y los sentimientos del emisor sí hayan significado algo, pero la persona que le daba sentido al libro ya no está en este mundo, entonces a su familia, para quienes esos momentos congelados no tienen valor, les estorban, lo mejor es tirarlos o venderlos.
Así es como van a dar a esos lugares, en busca de una segunda oportunidad, de que alguien los vuelva a leer. Por eso me gustan los libros usados (aparte de que son baratos) por que son parte de mi historia, son parte de mi andar por esta vida, además soy dueña de momentos, de pedazos de vida de personas de otros tiempos, de otros lugares, incluso de otros idiomas.
Cuando envejezca y sienta que la muerte viene tras de mí, quemaré todos y cada uno de mis libros. No quiero morir y dejar huérfanos, contando mi historia, rodando por las calles de esta gran ciudad.
Yo pertenezco a la clase de personas que no juzgan un libro por la portada de éste (para quien lo dude, le puedo mostrar fotos de los hombres con los que salgo) los empastes de cuero, con letras doradas no significan nada para mí, a final de cuentas, lo que está dentro de esas tapas de cuero, es lo que importa. No quiero decir que no me gustan los libros nuevos, claro que me gustan, pero me agrada entrar, cuando me topo con ellas, a las librerías de viejo, me gusta el olor, me gusta ver pilas y pilas de libros o detenerme a inspeccionar lo que el ropavejero pesco en el día, me siento como niña en una dulcería.
Parte de la magia que estos libros encierran es que son la prueba irrefutable de la existencia de una persona, no sólo porque muestran parte de los sentimientos y formas de pensar del escritor, sino porque esos libros pertenecieron a alguien, formaron parte de su historia, marcaron su vida. Cuando abres estos trozos de doble historia, estos huérfanos, te escupen a la cara, desde la primera hoja, quiénes son y de dónde vienen.
En la primera hoja, generalmente te encuentras con la dedicatoria, es increíble cómo unas cuantas líneas pueden decirnos tanto. En el último libro que compré en la parada del camión que esta afuera del metro Balderas (muy baratos por cierto), al abrirlo me encontré, en la primera página la siguiente dedicatoria "A Michelle con todo mi afecto de José López Freeman, navidad de 1997". En otro de mis libros dice “Con todo mi amor para Laura de su mama". Algunos son más poéticos, escriben algún pensamiento o frase de alguien famoso, pero invariablemente, estas frases congelan un momento, una ocasión especial, eternizan para siempre un cumpleaños, un aniversario o un "feliz, feliz no cumpleaños”.
No dejo de imaginarme múltiples escenarios, una pareja en un café compartiendo besos y abrazos, él saca de su mochila un paquete envuelto con un moño, ella lo abre, es un libro. O una casa decorada con árbol de navidad y toda la cosa, la familia reunida, el tío José llega, dan las 12 campanadas, hora del intercambio, todos se abrazan, al tío le toca regalarle a su sobrina Michelle, los nervios, la desesperación, la duda ¿que será ese paquete que me extiende el tío José?... así me podría seguir una tarde entera conjeturando, dilucidando, ¿quién demonios era ese tal José López Freeman? ¿Quien era o es Michelle? ¿Que relación tenían? ¿Eran amantes? ¿Novios, familia? ¿Se amaban? Tal vez se odiaban y José decidió regalarle un libro mortalmente aburrido en venganza, podría ser, yo lo haría.
Me pregunto ¿cómo un objeto tan íntimo, tan personal, termina en un puesto de lo usado? un libro es un objeto con un significado propio, aun cuando todos leamos el mismo libro, nunca tendrá el mismo significado para mí que para el resto del mundo, si a esto le sumamos el hecho de que fue un obsequio de alguien que en ese momento nos quería, se convierte en algo invaluable.
Quien se atreve a regalarte un libro (claro, que no sea académico) debe conocerte muy bien. Tengo de conocer a mis tres mejores amigos 13, 7 y 6 años y no me atrevería a regalarles uno. Debes conocer a la persona, saber qué le gusta, qué lo mueve, qué lo haría vibrar de emoción, qué lo haría reflexionar, qué lo deja con la boca abierta… en fin, qué es lo que podría causarle una sensación grata.
Qué triste, pues, encontrarme con esos parias de libreros, desterrados de la biblioteca personal, deben extrañarlos o quizás ni siquiera piensen en ellos, quedaron relegados al olvido o puede ser que tanto los pensamientos del autor y los sentimientos del emisor sí hayan significado algo, pero la persona que le daba sentido al libro ya no está en este mundo, entonces a su familia, para quienes esos momentos congelados no tienen valor, les estorban, lo mejor es tirarlos o venderlos.
Así es como van a dar a esos lugares, en busca de una segunda oportunidad, de que alguien los vuelva a leer. Por eso me gustan los libros usados (aparte de que son baratos) por que son parte de mi historia, son parte de mi andar por esta vida, además soy dueña de momentos, de pedazos de vida de personas de otros tiempos, de otros lugares, incluso de otros idiomas.
Cuando envejezca y sienta que la muerte viene tras de mí, quemaré todos y cada uno de mis libros. No quiero morir y dejar huérfanos, contando mi historia, rodando por las calles de esta gran ciudad.
Fabiola Barajas
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