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Iosl Rákover habla a Dios. (Zvi Kolitz)

La imagen de casas, autos y cuentas bancarias es la que viaja a la mente de cualquiera cuando pronunciamos testamento, pero ¿será que hemos aprendido a separar completamente lo físico de lo intangible? Iosl Rákover quiso destrozar esta costumbre cuando lo único que dejó en el suyo fue la frustración, el miedo (aunque poco), y la espera de un final que se representaba con bombas, tanques y nazis nunca saciados de muerte.

Palabras escritas viajando en botellas como única alternativa para huir, pero sobre todo para creer que alguien sabrá de su existencia, de esa existencia que él no eligió y que confunde su cerebro y su fe, no porque ya no la sienta, sino porque no la comprende. No comprende a un Dios testigo inmóvil de la sangre y la desventaja.

En medio de muros y ventanas que pronto no estarán, extraña al sol, aunque sabe que su luz traiciona a los ocultos judíos, observa a su hija de diez años buscar un pan sumergido en la basura y a los armados intercambiándolo por sangre. Prepara su muerte planeando la de otros con la ayuda de tres botellas de bencina, su única defensa contra el mundo bélico. Así, las respiraciones se hacen menos en cada disparo, y la soledad es reemplazada por la presencia de la muerte que, para algunos, representa la libertad.

Por supuesto, la segunda guerra mundial no resta maldad ni enjuga las manos de los miles de Hitlers que han creado y destruido con sus guerras, fracciones enteras de un mundo que parece ser guiado por la insensibilidad.

Este relato no exagera en ninguno de sus detalles y aunque la esencia es dolorosa y cruel, no es contada con tono frágil. Claro que la narrativa es dura, sin embargo, el calor del sentir humano al pensar en el sufrimiento otorga a la obra complejidad que se analiza, así como cada nueva noticia en el mundo, noticias que descritas por Iosl son heridas reabiertas a diario, heridas de hambre, de sed, de abuso.

Encontrar este escrito movilizó mentes que lo catalogaron como joya literaria, sobre todo por la enseñanza de una fe inquebrantable, y es que realmente impresiona la capacidad de creer de un judío que se empeña en hacerlo aunque su Dios parezca desear lo contrario.

Quizá esta es la razón por la que muchos se aferraron a la idea de un relato anónimo, de una historia contada por la experiencia personal, que después de traducciones, correcciones e indagaciones curiosas reveló una verdad no deseada: Iosl Rákover sufrió y murió sólo en la mente de un periodista y agente secreto, Zvi Kolitz, que estando en Buenos Aires utilizó su sentido común para reflejar en estas páginas la historia de miles de historias.

Iosl Rákover habla a Dios es, sin duda, una obra literaria excelente, que por sus inmensas semejanzas con la realidad del mundo impetuoso y hostil en el que vivimos, dificulta creer que es sólo una invención. Pero es aquí donde la libertad del lector comienza, ya que historias realmente dolorosas y penetrantes de almas pueden ser escritas por cientos, sin embargo, nunca ganará el pensamiento y la imaginación a la crueldad y a el terror que sólo los humanos podemos crear.

Mientras leía pensaba en las guerras con armas y en las que no lo son, pero que no abandonan la violencia, pensé en Dios, pero concluí con más dudas, ¿será la guerra manifestación de su grandeza?

Es por eso que el nombre de un autor realmente no importa después de ser testigos de la destrucción progresiva. No sólo en el 42 ó 45, sino ahora, 60 años después, parecen no servir de nada las armas ni la inteligencia nacional cuando la revelación de la naturaleza nos aplasta como una pisada al pasto.

Es increíble el poder de la lectura para desplegar ideas, que aunque parecen desconectadas no lo están. Así como la obra de Zvi Koilitz produjo, indirectamente, muchas más, mi pensamiento encadena palabras, reflexiones, dudas.

Debo reconocer que la historia de la búsqueda del creador de Iosl Rákover me pareció realmente enredada, pero sin ella no podría concluir diciendo que el rostro de Dios no se ha escondido, y que si estas páginas se produjeron en una tranquila habitación de hotel, ¿qué podría esperarse en medio de un espacio en la guerra?

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