¿Qué hay pa?
Hace largo rato que tú y yo ya no estamos juntos, es increíble que a pesar de la tecnología tengamos una imagen, tú de mí y yo de ti, igual que la de hace ocho años; porque una línea telefónica no pasa de compartirnos un saludo, porque un correo electrónico no permite que te sienta y te conozca, porque con ello no alcanzas a comprender a tu pequeña. En fin, seguro tú has cambiado tanto como yo, aunque de eso no nos percatemos ni nosotros mismos, y así como tú encontraste tu sitio a unos tantos kilómetros de aquí, yo encontré el mío en esta gran casa de asfalto que alguna vez tú también habitaste.
Debo decirte que la vida aquí se sintoniza a mi ritmo o yo al de ella (ya perdí la diferencia); al principio se me hacía imposible, ¿cómo encontrar mi espacio entre tanto mundo, tanta gente? y yo tan diminuta… Pero ahora te digo que en la ciudad he descubierto muchas contradicciones que le dan sabor a la realidad, aquellas situaciones que aparentemente serían suficientes para salir huyendo de aquí, pero que en realidad son las que te hacen echar raíces y sentirte un verdadero chilango.
Por ejemplo, el transporte público puede ser tan atroz, monótono y deprimente, como puedes encontrar excitante internarte en los vagones de color naranja dejándote llevar por la corriente humana que te sumerge a una marea donde encuentras pláticas curiosas, personajes inimaginables y venta de productos tan simples y cotidianos como raros y graciosos… toda una aventura.
¡Y la lluvia papá!, la lluvia que es capaz de ocasionar inundaciones, tránsito avasallante, problemas en el metro, un mal día para los vendedores ambulantes y hasta un resfriado en algún cristiano; tan sólo idealiza esto: verla a través de una ventana como si se tratase de una obra pictórica que va cambiando a cada segundo, sentirla incluso y oler el ambiente que se despide al impactarse cada gotita contra el asfalto desquebrajado, ¿puedes imaginarte la pureza que queda impregnada en la ciudad después de que millones de gotas la han recubierto?; sí, así percibo yo la lluvia.
Y bueno, aunque esto no te agrade del todo, déjame platicarte que la fritanga chilanga, aunque no es la más sana del mundo, es deliciosa y baratísima; no sé si es el aceite añejo o los productos de baja calidad que se sumergen en él lo que la hacen tan rica al paladar, tal vez también sea el ambiente en que acostumbramos consumir estos productos: en la banqueta de una calle transitada entre el ruido y el smog, malabareando con tu plato y tu bebida; quién sabe, pero mucha gente coincide en que son mejores los tacos de guisado de Doña Tere que el bufete del Sanborns.
¿Sabes? También me encanta de este lugar la diversidad de gente, de espacios y lugares, aquí hay para todos los gustos e ideas y, por ende, la tolerancia la debes tener a flor de piel; yo por ejemplo soy un tanto introvertida y hasta antisocial (tú te diste cuenta desde hace mucho tiempo al adjudicarme ese sobrenombre, “duende autista” me llamabas cariñosamente); sin embargo, aquí el mundo respeta mis silencios, mis soledades, mis gustos y mi forma de vida.
No sé si mi estancia en esta gran urbe dure para siempre, pero estate tranquilo, creo que con todo y sus bemoles soy feliz y estoy creciendo, encontrando mi rumbo como un día a ti te tocó hacerlo. Tal vez algún día nos topemos irreconocibles, pero padre e hija al fin, yo en mi mundo atareado con un ruido silencioso, ¡ah! Y ahora con metrobús; y tú en una provincia donde has alcanzado renombre y autoridad, bien por ti.
Con todo el afecto que estos renglones te puedan hacer llegar:
Tu duende.
Hace largo rato que tú y yo ya no estamos juntos, es increíble que a pesar de la tecnología tengamos una imagen, tú de mí y yo de ti, igual que la de hace ocho años; porque una línea telefónica no pasa de compartirnos un saludo, porque un correo electrónico no permite que te sienta y te conozca, porque con ello no alcanzas a comprender a tu pequeña. En fin, seguro tú has cambiado tanto como yo, aunque de eso no nos percatemos ni nosotros mismos, y así como tú encontraste tu sitio a unos tantos kilómetros de aquí, yo encontré el mío en esta gran casa de asfalto que alguna vez tú también habitaste.
Debo decirte que la vida aquí se sintoniza a mi ritmo o yo al de ella (ya perdí la diferencia); al principio se me hacía imposible, ¿cómo encontrar mi espacio entre tanto mundo, tanta gente? y yo tan diminuta… Pero ahora te digo que en la ciudad he descubierto muchas contradicciones que le dan sabor a la realidad, aquellas situaciones que aparentemente serían suficientes para salir huyendo de aquí, pero que en realidad son las que te hacen echar raíces y sentirte un verdadero chilango.
Por ejemplo, el transporte público puede ser tan atroz, monótono y deprimente, como puedes encontrar excitante internarte en los vagones de color naranja dejándote llevar por la corriente humana que te sumerge a una marea donde encuentras pláticas curiosas, personajes inimaginables y venta de productos tan simples y cotidianos como raros y graciosos… toda una aventura.
¡Y la lluvia papá!, la lluvia que es capaz de ocasionar inundaciones, tránsito avasallante, problemas en el metro, un mal día para los vendedores ambulantes y hasta un resfriado en algún cristiano; tan sólo idealiza esto: verla a través de una ventana como si se tratase de una obra pictórica que va cambiando a cada segundo, sentirla incluso y oler el ambiente que se despide al impactarse cada gotita contra el asfalto desquebrajado, ¿puedes imaginarte la pureza que queda impregnada en la ciudad después de que millones de gotas la han recubierto?; sí, así percibo yo la lluvia.
Y bueno, aunque esto no te agrade del todo, déjame platicarte que la fritanga chilanga, aunque no es la más sana del mundo, es deliciosa y baratísima; no sé si es el aceite añejo o los productos de baja calidad que se sumergen en él lo que la hacen tan rica al paladar, tal vez también sea el ambiente en que acostumbramos consumir estos productos: en la banqueta de una calle transitada entre el ruido y el smog, malabareando con tu plato y tu bebida; quién sabe, pero mucha gente coincide en que son mejores los tacos de guisado de Doña Tere que el bufete del Sanborns.
¿Sabes? También me encanta de este lugar la diversidad de gente, de espacios y lugares, aquí hay para todos los gustos e ideas y, por ende, la tolerancia la debes tener a flor de piel; yo por ejemplo soy un tanto introvertida y hasta antisocial (tú te diste cuenta desde hace mucho tiempo al adjudicarme ese sobrenombre, “duende autista” me llamabas cariñosamente); sin embargo, aquí el mundo respeta mis silencios, mis soledades, mis gustos y mi forma de vida.
No sé si mi estancia en esta gran urbe dure para siempre, pero estate tranquilo, creo que con todo y sus bemoles soy feliz y estoy creciendo, encontrando mi rumbo como un día a ti te tocó hacerlo. Tal vez algún día nos topemos irreconocibles, pero padre e hija al fin, yo en mi mundo atareado con un ruido silencioso, ¡ah! Y ahora con metrobús; y tú en una provincia donde has alcanzado renombre y autoridad, bien por ti.
Con todo el afecto que estos renglones te puedan hacer llegar:
Tu duende.
1 comentario:
Supongo que ya se lo mandaste ami pa, perdona por no haber comentado antes, pero cada quien vive su estres a su manera jeje, y esto me hizo recordar todos los momentos que hemos compartido y, porque no?, que compartiremos en un futuro, porque aparte de ser tu hermano, soy el que algunas veces te derrumbo tu mundo de silencio y soledad con toda la intención de compartir un grato momento con la persona que me inspira cariño, amor y confianza. Te amo lola!!!
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